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11 de marzo de 2010

Pensar las políticas culturales de la Revolución cubana


Por Cuba Todo

Pensar las políticas culturales de la Revolución cubana


lapolillacubana
Marzo 11, 2010 at 2:30 am
Etiquetas: CUBA, cultura, REVOLUCION
Categorías: cultura cubana
URL: http://wp.me/pbsQl-19n

Por Mildred de la Torre Molina

El desenvolvimiento de la política cultural siempre ha estado presente en los debates intelectuales del país desde el triunfo de la Revolución hasta los días actuales. Tal vez pudiera afirmarse, sin exagerar, que en la mayoría de las reuniones públicas o privadas, relacionadas o no con la cultura, algún aspecto del tema se comenta. La mayoría de los aconteceres cotidianos se relaciona, directa o indirectamente, con la creación cultural. Desde la programación televisiva y radial, o un espacio determinado de ambos, o una película, o un espectáculo musical, o las puestas teatrales, o la vida pública o privada de un artista y su permanencia o emigración del país, hasta las celebraciones de congresos, conferencias y eventos trascendentes o cotidianos, constituyen pretextos para comentarios y reflexiones. La creación artística es y será siempre un suceso alimentador de sabiduría y aprendizaje, y también de entretenimiento. Es reflejo y espejo de la sociedad en que se vive, y de sus influjos y reflujos se alimenta el creador junto al hombre hacedor de la cotidianidad.

Existe una literatura especializada en el tema de las políticas culturales digna de mencionarse, al menos a sus creadores. Ellos son Graziella Pogolotti, Desiderio Navarro, María Magali Espinosa, Liliana Martínez Pérez, Ana Mayda Álvarez, Rafael Hernández, Fernando Martínez Heredia, Nuria Nuiri, María Isabel Landamburu, Jaime Sarusky, Danay Ramos, Jorgelina Guzmán Moré, Anneris Ivette Leyva, Sandra del Valle, Julio César Guanche, Norge Espinosa, Omar Valiño, Pedro Emilio Moras, Alexandro Correa, Tania García Lorenzo, Diomara Ortega, Lázaro Israel Rodríguez, la autora de este artículo y otros. Hay, además, una extensa obra crítica en el exterior, nada desdeñable, fundamentalmente en España, Francia y Estados Unidos proveniente de cubanos emigrados, o residentes temporales o permanentes.

La política, entendida como estrategia y táctica en los movimientos ideológicos, sean militares, económicos o sociales, centra la atención de los estudiosos y analistas de la contemporaneidad cubana. Encomiables resultan los estudios sociológicos realizados por el Centro de Investigaciones Psicosociales del CITMA y particularmente los dirigidos por la Dra. Mayra Espina, así como los emprendidos por las instituciones docentes, investigativas o publicitarias relativos a la emigración, la mujer, la infancia y demás esferas directamente vinculadas a la forma de vivir de los cubanos. Todos ellos constituyen expresiones del interés de los científicos y docentes no sólo por divulgar la obra de casi todos los que viven y superviven en el país, sino también por revelar la marcada intencionalidad de viabilizar los proyectos conducentes al mejoramiento humano de la sociedad actual. Se trata, en síntesis, de promover y desarrollar pensamientos capaces de mejorar el socialismo.


A la altura de los cincuenta años del triunfo de 1959 se carece de una historia de la Revolución cubana y de sus políticas socioculturales en particular, al menos publicados. Existen, eso sí, múltiples valoraciones de los comportamientos de sus diferentes esferas incluyendo, en sentido general, a sus referentes inmediatos. Se habla de realizaciones, errores y desaciertos, pero muy poco se profundiza en sus causas. La necesaria historia de la sociedad cubana, incluyendo a la heredada en 1959, aún espera por el talento y la experiencia de los historiadores del patio. Se trata de la reconstrucción histórica de la vida de los que hicieron posible la existencia de un país que asombró y asombra al mundo por la resistencia de un proceso insólito que ha sido y es capaz de ofertar nuevas esperanzas a pesar de sus avatares y equivocaciones.

Suele hablarse de política y no de políticas. Lo primero a definirse es que no se trata de una sola política, sino de varias políticas culturales históricamente inherentes al Estado y a las instituciones, organizaciones y personalidades. Al propio tiempo, cada una de ellas fue cambiando según las circunstancias históricas y acorde a las mutaciones producidas en los procesos internos y externos del país.

No siempre el nuevo Estado revolucionario cubano, representado –cuestión digna de nuevas revisiones investigativas– a través del Consejo Nacional de Cultura (CNC) primero y el Ministerio de Cultura (MINCULT) después, ha desempeñado su papel rector u ordenador de las acciones institucionales y asociacionistas. La realidad –palpable y tangible a través de las conductas colectivas e individuales– enseña que muchas de ellas, más para bien que para mal, se han desenvuelto con autoctonía e independencia de los discursos u orientaciones oficiales. Tal experiencia, vigente hasta nuestros días, requiere de estudios detallados y minuciosos.

Muchas lecturas pueden derivarse de lo anterior. Tal vez ellas contribuyan a develar la pujanza y el dinamismo ejercidos por un pluralismo raramente expuesto por los que defienden el proyecto revolucionario y mucho menos por los que lo atacan y niegan sus valores. Siempre se habla de linealismos, estatalizaciones centralizadas y coerciones desmesuradas a las iniciativas individuales como si todo, absolutamente todo, fuese obra de una o varias cabezas pensantes. Al aceptarse que hubo diversas políticas se recoge un valioso acerbo de espiritualidades emanadas de los movimientos culturales, gestados gracias a la obra de muchos constructores del bien común. Si se acepta que la sociedad es un universo dotado de diversas y múltiples complejidades, se comprenderá que siempre ha habido muchas verdades en el complejo accionar de las creaciones sociales.

Pueden definirse etapas o períodos capaces de ordenar cronológicamente los quehaceres internos y las incidencias del mundo en que está insertado el país, como también es posible el establecimiento de los valores creados, así como los perjuicios causados a la sociedad en su conjunto y a la esfera cultural en particular, por la ejecución de políticas sectarias y voluntaristas. No se trata de cuestionar la esencia humanista de los procesos derivados o causales de la existencia de las mismas como actores visibles de pensamientos y concepciones ideopolíticas, sino de desentrañar sus realidades dentro y nunca fuera de los contextos epocales e históricos.

El recuento de los tiempos exige la asunción de responsabilidades tanto por el crítico como por los sujetos encargados de dirigir u orientar las políticas. El juicio, si así se quiere llamar, lleva consigo la acción –poco aceptada, a veces– de aprenhender de la historia y asumir sus lecciones para beneficio del presente y el futuro. Ella enseña que los verdaderos actores son aquellos que crean y construyen muy a pesar de los ejecutores de políticas erróneas y desacertadas. Aún en los tiempos infelices, hubo obras capaces de generar pensamientos justos y generadoras de cambios radicales. En la república neocolonial nació la idea emancipatoria triunfante en 1959, y ella, cultura en sí, mostró los caminos del devenir de la sociedad cubana. Porque, a fin de cuentas, la cultura es la realización plena del ser humano y su consumación como género y humanidad. Dentro del propio proceso revolucionario prevaleció la obra cultural frente a las desacertadas políticas impuestas por quienes desconocieron la historia. Fue esa obra la que impuso sus disoluciones y la que evitará cualquier retroceso anti-histórico.

La Cuba revolucionaria es parte inseparable de un mundo complejo y difícil imposible de soslayarse. De ahí la importancia de asumirlo críticamente, es decir, con sus grandes verdades y lecciones, con sus falacias y destrucciones y con el ímpetu necesario para cambiarlo en beneficio de todos. Nada más noble y efectivo que las políticas culturales para lograr este último objetivo.

Debe entenderse a estas últimas en correspondencia con la esencia de cultura como concepto universal y no potestativo de una determinada área del saber y de la creación espiritual. Cultura es ciencia, educación, ideología, política, etc., si realmente trasciende en el mejoramiento humano.

Junto a la profundización de la cultura histórica debe ir la de la contemporaneidad. Somos hacedores en el presente. Somos sujetos actuantes de un mundo que cada día reclama y exige de mucha sabiduría. Los diálogos con el pasado y con los que quieren regresar a él son eminentemente culturales. Asumirlos como tales requiere de un constante ejercicio de conocimientos en los dirigentes y en los dirigidos.

Muchas veces se cataloga de novedosas las acusaciones de la reacción contra el proyecto cultural revolucionario. Al no penetrarse con profundidad en sus historicidades, se desconoce el origen de su reiterativo discurso. Se habla de un liberalismo o de un neoliberalismo, ignorándose sus coincidencias con los conservadurismos positivistas y neo positivistas, no tan lejanos en el tiempo, que procuraban evitar la apertura de pensamientos capaces de destruir el viejo orden social y preservar, a ultranza, el sistema del privilegio y la injusticia, de la discriminación y la pobreza.

Dentro de los movimientos revolucionarios también coexisten los conservadores con los reformadores, entendidos éstos como garantes de la renovación constante. La lucha de contrarios, tan mal comprendida a veces, se expresa, además, en el terreno de los pensamientos que pugnan por el avance y prevalencia de la revolución continua y esperanzadora y en el de los que apuestan por sostener el quietismo y el conformismo irreverentes con las ansias del pueblo por el mejoramiento social. Las políticas culturales deben ser los baluartes, mediante sus concreciones, de la revolución de las ideas.

El viejo discurso de la reacción pretende sentar pautas en la contemporaneidad cubana. Si se recuerdan sus acusaciones contra las incuestionables revoluciones burguesas de Francia e Inglaterra, se apreciarán sus semejanzas cuando de proscribir al socialismo se trata. Lo mismo se dice y se vuelve a repetir: la vieja cultura es superior a la nueva y la revolución desconoce el legado cultural e impone la suya carente de valores; el capitalismo crea la esperanza de una nueva forma de vivir y el socialismo la destruye al estatalizar los medios de producción; el viejo orden facilitaba la libre creación y el socialismo la uniforma, entre tantas cuestiones que bien merecen nuevos y continuos comentarios.

Tal vez lo novedoso –habría que profundizar en el asunto– es el ataque al pensamiento patriótico y nacionalista. La idea de un mundo unipolar y globalizado, sin pertenencias identitarias culturales, sin símbolos ni sentimientos propios de un territorio específico, constituye el arma más peligrosa y sutil históricamente empleada por la reacción contra los procesos revolucionarios legitimados por la autoctonía de sus orígenes. La modernidad y el progreso ofertados por los que detentan el poder de la información pública constituyen sus mecanismos de penetración. Se enfrenta la supuesta abundancia de bienes materiales a la también supuesta miseria repartida entre todos ofrecida por el socialismo.

La patria y sus símbolos no son ideas capaces de desvanecerse ante las crisis económicas y sociales presentes en el país. Sustentan la esperanza de andar por nuevos y mejores caminos porque sus defensas son inseparables de la histórica batalla por la justicia social. Y ésta no es un mito ni una consigna ideológica, sino el resultado y expresión de la cultura política. La conciencia de la injusticia conlleva la conciencia de la justicia.

Lo que se dice dentro y fuera del ámbito revolucionario está lejos de constituir las razones del mejoramiento constante de nuestras condiciones de vida. Para responder a la obsolescencia no se hace la revolución, sino para construir la sociedad que merece la historia del pueblo. Pero hay que estudiar detenidamente las condicionantes internas de las conductas opositoras al progreso social para valorar con justicia la grandeza de las batallas emancipadoras. Se debe entender contra qué se ha luchado, desentrañando la naturaleza de las fuerzas reaccionarias. De ellas hay que hablar abierta y desprejuiciadamente y no con retóricas tan ancestrales como ellas mismas.

En otra oportunidad se habló de la periodización o de las etapas de las políticas culturales. Las específicas de la creación artística y literaria muestran una gama de propuestas. Por lo general están enmarcadas en la proliferación de eventos tales como las Palabras a los intelectuales por Fidel Castro Ruz, el Congreso cultural de 1968, la muerte del Che, la Zafra de los Diez Millones, el I Congreso de Educación y Cultura, el Pavonato, la institucionalización del país, el internacionalismo proletario, el I y III Congreso del Partido, el período especial, el bloqueo norteamericano y la apertura hacia el mercado capitalista, entre otros.

Sin embargo, debe tenerse en cuenta que cualquier periodización debe regirse por las transformaciones y mutaciones internas así como por los procesos externos influyentes en el desarrollo de la sociedad cubana. No necesariamente deben ser ascendentes, pueden expresarse de forma contraria o descendente. Debe valorarse según la interiorización de la complejidad cultural. Aún queda por dilucidar, en el plano epistemológico, si la actual diversidad social es también culturalmente plural y si nuestras políticas han propiciado la emersión de nuevas creaciones indicativas de la existencia de una o varias culturas nacionales.

Puede investigarse si la obra cultural de conjunto ha fortalecido la identidad nacional, creado valores morales, influido en el desarrollo multilateral de la vida del cubano, mejorado sus condiciones de vida, desarrollado o creado una nueva espiritualidad, contribuido a la formación de una nueva cultura y si es parte de la forma de vivir de la generalidad de los cubanos. Sólo así se sabrá el real derrotero de las políticas.

Vale preguntarse si todavía está vigente el concepto básico de la Ilustración de que sólo a través de la educación –entiéndase cultura– puede lograrse la total emancipación humana, o el de los tiempos actuales, y no tan actuales, el cual enseña que sólo la transformación multilateral de los sustentos sociales posibilita el camino hacia la obtención de semejante objetivo. De hombres cultos está lleno el poder de los malos e injustos gobernantes de los imperios, mientras que los pueblos no por incultos dejan de ser sabios e históricamente han protagonizado los grandes procesos transformadores. Qué no sería del futuro de nuestros países con pueblos cultos, como el gran Martí soñó. Para cambiar la vida de sus legítimos hacedores se hacen las revoluciones.

Las propias contradicciones características de la ejecución de las políticas culturales constituyen revelaciones, nada desdeñables, de los problemas estructurales del sistema social. El debate ideopolítico, así como las visiones y entendimientos sobre el pasado, el presente y el futuro –generados en el seno de los grupos socioclasistas e intelectuales en particular– se expresan en las articulaciones y desenvolvimientos de dichas políticas Las posibilidades o no de sus puestas en práctica facilitan la comprensión de los problemas medulares de la sociedad. De ahí, precisamente, la necesidad de sus contextualizaciones no sólo para valorar adecuadamente sus inserciones en el acontecer histórico, sino también para develar sus imbricaciones e influencias en los procesos internos sociales.

Resulta absurdo desconocer los errores cometidos y también sus rectificaciones. De todo hay que hablar no como dolientes, víctimas o ejecutores de purgas, sino como analistas de un mundo y de una sociedad inmersa en sus complejidades. Debe decirse toda la verdad y no una parte de ella si se quiere aprehender de la historia. El ejercicio de las políticas es una ventana al mundo en que se vive. Sólo corresponde abrirla y utilizar su paisaje para el bien del presente y el futuro.

http://www.cubarte.cult.cu/paginas/actualidad/opinion.detalle.php?id=14470&tabla=entrevistas&seccion=El+Portal+Cubarte+Le+Sugiere

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