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25 de septiembre de 2011

Una lectura imprescindible

PorCubaTodo


Una lectura imprescindible

Palabras de Ricardo Alarcón de Quesada ―presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba― en la presentación del libro Cuba-USA. Diez tiempos de una relación, de Ramón Sánchez-Parodi, ocurrida este 7 de septiembre en la Casa del Alba, La Habana

El libro de Ramón Sánchez-Parodi (Cuba-USA. Diez tiempos de una relación) debe ser recibido como lo que es, un importante suceso intelectual, llamado a dejar huella trascendente entre sus lectores que ojalá sean muchos en Cuba y más allá. Es una nueva contribución que agradecemos a Ocean Sur empeñada siempre en divulgar textos valiosos para la lucha de los pueblos por su emancipación.

Esta obra trata con rigurosa exactitud, lenguaje preciso y envidiable síntesis medio siglo de relaciones entre Cuba y Estados Unidos desde Eisenhower hasta Obama. No falta ningún episodio relevante y todos son explicados con documentos oficiales y pruebas disponibles para cualquier estudioso.

Pero no se limita a ese período. El primer tiempo describe, con el mismo rigor, lo que sucedió desde que las Trece Colonias norteamericanas se separaron de Inglaterra.

El nuevo estado, como ha recordado Chomsky, nació impulsado por dos fuerzas que nunca han dejado de guiarlo: el expansionismo y el racismo. Adueñarse de Cuba fue uno de sus primeros objetivos, claramente definido por Thomas Jefferson y convertido en una suerte de norma imperativa para la llamada “clase política” y una buena parte de la intelectualidad y la prensa. Parodi lo resume así: “Los diferentes gobiernos y presidentes norteamericanos actuaron de manera sistemática contra cualquier posibilidad de que Cuba saliera del dominio español y cayera en manos de otra potencia que no fuese los Estados Unidos”.

Pero, como él apunta, “no fue una espera estática e inmóvil”. Washington desplegó una diplomacia muy activa para frustrar cualquier pretensión de las potencias europeas y también para impedir los proyectos liberadores de Bolívar; reprimió y persiguió con saña a la emigración patriótica cubana mientras dio apoyo material y logístico al ejército colonial en una conducta que condujo al Padre de la Patria a descubrir que “el secreto de su política es apoderarse de Cuba”. Promovió y ayudó a articular la tendencia anexionista de la sacarocracia esclavista cuyos representantes participaron en las reuniones de la Casa Blanca mencionadas en el libro que tuvieron lugar antes que nacieran la mayoría de los combatientes de la Guerra Grande.

La corriente anexionista fue un instrumento servil de la estrategia imperial pero al final terminó  en honda frustración como la reflejó su más destacado exponente, José Ignacio Rodríguez: Cuba no fue incorporada a la nación norteamericana como un estado más sino que, tratada como una posesión, quedó sometida a la condición de estado vasallo malamente disfrazada como república.

El libro ayuda a disolver el mito cuidadosamente fabricado por una poderosa maquinaria de propaganda cuya tarea es engañar y embrutecer. No son pocos quienes aún se refieren al conflicto entre la nación cubana y el imperialismo estadounidense con el engañoso término de “diferendo”. Algunos siguen empleándolo en textos en los que no falta el lenguaje sinuoso y encubridor.

Como demuestra Parodi, ese conflicto no es otra cosa que el inevitable enfrentamiento de la nación liberada el primero de enero de 1959 con la potencia que la sojuzgaba y desde ese día se ha empecinado en restaurar su dominación. Eso y sólo eso explica la conducta de once administraciones por más de medio siglo. Capítulo tras capítulo, sin olvidar ningún aspecto relevante, el libro desmenuza cada momento de esa pelea exponiendo las razones de Cuba y pulverizando las falacias norteamericanas.

Quiero subrayar apenas algunos momentos claves de esa larga historia. Los cultores del inventado “diferendo” suelen enredarse con un dato elemental ¿cuándo y por qué comenzó? A partir de esa incógnita no resuelta en la abultada producción de muchos “cubanólogos” se tejen elucubraciones, a veces divertidas, como, por ejemplo, al pretender fijar una fecha exacta al inicio de la guerra económica impuesta a Cuba, que reducen al llamado “embargo”, o al intentar descifrar la dinámica de la confrontación y su desarrollo a lo largo de medio siglo. El enfrentamiento de Washington al movimiento revolucionario cubano comenzó antes que Fidel Castro descendiera victorioso de la Sierra Maestra. La administración Eisenhower dio pleno apoyo político, económico y militar al régimen batistiano hasta el último día; maniobró tratando de fabricar una “tercera fuerza” que lo reemplazara cuando su derrumbe era evidente y al final propició la instalación de una junta militar que facilitó la fuga del dictador y sus principales colaboradores.

Fue entonces, cuando aun no se había establecido en La Habana el nuevo gobierno, que Washington inició su guerra económica contra Cuba. Los fugitivos del batistato se llevaron la casi totalidad de las reservas monetarias cubanas, las trasladaron a Estados Unidos en vuelos organizados por la Embajada norteamericana, en una operación de saqueo sin precedentes que colocó a Cuba al borde de la bancarrota al comenzar el mes de enero de 1959. Obviamente nada había hecho el Gobierno revolucionario para provocar la animosidad de Washington, no hubiera podido siquiera intentarlo porque el nuevo gobierno no había nacido todavía. Sobra decir que a Cuba no le fue devuelto un solo centavo, y ninguno de los ladrones recibió castigo. Ese despojo, calculado en más de 400 millones de dólares de la época, fue el origen del poder económico de la mafia anexionista-batistiana y no sus supuestos éxitos empresariales a los que gustan elogiar los propagandistas del Imperio y no pocos inventados “especialistas” en asuntos cubanos.

Del origen verdadero de esas fortunas nada dicen, como tampoco mencionan los privilegios absolutamente únicos que habrían de recibir por la vía de exenciones tributarias aquellos y otros antiguos explotadores que se marcharon de Cuba.

Pocos temas han sido tan falsificados y manipulados como el de la emigración cubana a Estados Unidos. El punto de partida es ignorar completamente sus profundas raíces en la historia nacional, su carácter verdaderamente masivo al comienzo de la Guerra Grande en 1868 y la brutal represión de los “voluntarios” que, según datos oficiales españoles provocó entre febrero y septiembre de 1869 y sólo por el puerto de La Habana, la salida hacia el Norte de más de 100 mil cubanos, el doceavo de la población, el mayor éxodo de la isla, incomparablemente superior a cualquier otro posterior; su carácter continuado durante la pseudorrepública hasta alcanzar niveles alarmantes en 1958 cuando Cuba era superada sólo por México y conforme a las estadísticas oficiales norteamericanas, la emigración cubana era más numerosa que la del conjunto de los demás países del Continente.

Tal era la situación migratoria en enero de 1959 entre Cuba y Estados Unidos: los cubanos eran, con mucho, el principal grupo migratorio allí después de los mexicanos. De pronto, al amanecer de aquel año, comenzaron a arribar, en sus yates y en sucesivos vuelos organizados por la Embajada yanqui, centenares de maleantes, prófugos de la justicia y beneficiarios del antiguo régimen. Todos ellos fueron acogidos con los brazos abiertos, recibieron beneficios especiales y sorprendentes expresiones de apoyo público a los más altos niveles de gobierno.

Ese trato privilegiado encontró reflejo legislativo con la ley de Ajuste Cubano promulgada en 1966. Mucho se ha escrito sobre el carácter subversivo de esta ley y su irresponsable promoción de la emigración ilegal y desordenada con el empleo de la violencia y que ha causado muertes y sufrimientos entre los cubanos. Quiero destacar un aspecto que hace de ella un texto completamente diferente a otras legislaciones aprobadas en Washington para ajustar la situación legal de diversos grupos migratorios.

Todas esas leyes buscaban beneficiar a los integrantes del grupo nacional en cuestión que se encontrasen en territorio norteamericano a la fecha de la promulgación de la norma. La Ley de Ajuste Cubano explícitamente excluyó de sus beneficios a la totalidad de la emigración cubana, pues sólo se refiere a quienes hubiesen llegado allá “el primero de enero de 1959 o después”. La mención de esa fecha, repetida varias veces, es la consagración de la íntima solidaridad de Washington con los batistianos y la apertura hacia el futuro de su aplicación le confieren su sentido de vulgar provocación política. Nadie se preguntó por las consecuencias que ese infame texto tuvo para las decenas de miles de emigrantes cubanos que habían ingresado en ese país antes del primero de enero de 1959 y que fueron discriminados tan groseramente.

La propaganda imperial ofende a todos los cubanos. Si se ofreciera a otros los “beneficios” que supuestamente dan a los cubanos, el territorio norteamericano sería virtualmente ocupado por una incontenible ola de extranjeros. Es por eso que nunca antes, ni después, se le ha ocurrido a nadie en Washington proponer algo semejante para cualquier otro grupo humano.

Los resultados están a la vista. Según las cifras oficiales norteamericanas la emigración cubana, que ocupaba el segundo lugar en 1958, ha descendido al menos ocho escalones desplazada por otros tantos países latinoamericanos que no cuentan, sin embargo, con una Ley de Ajuste. Lo anterior se refiere a emigración legal. El contraste sería aún mayor si se contase a los llamados “ilegales” ninguno de los cuales, como se sabe, es cubano.

Pese a ello la propaganda anticubana ha fabricado la imagen de un pueblo desesperado por marcharse hacia Estados Unidos. Peor aún, según ella, los cubanos no emigran, huyen, escapan en busca de refugio. Colosal patraña que desmienten los hechos: esos emigrante son, después de los canadienses, quienes más visitan a Cuba y el de Miami es el aeropuerto internacional con más vuelos a la isla, todos ellos repletos de cubanos.

Durante medio siglo se han falsificado burdamente los datos sobre la emigración cubana. Políticos, periodistas y académicos, han repetido, sin ruborizarse, que “millones” de compatriotas se fueron de Cuba en el período revolucionario. Esta falsedad evidente aún se reitera a pesar de que la contradice abiertamente las informaciones que publica, cada año, la Oficina del Censo y el Servicio de Inmigración de Estados Unidos. En las más recientes, de este año, por primera vez, rebasan los cubanos la cifra de un millón que incluye a quienes nacieron allá, los cuales obviamente no se fueron de Cuba.

Permítanme regresar al famoso “diferendo”. Mucha tinta y papel se han gastado en disquisiciones inútiles sobre la dinámica de las relaciones entre los dos países en los últimos 50 años.

Todavía se llama “embargo” a lo que ya en 1959 el Secretario de Estado Christian Herter nombraba como lo que era y siempre ha sido, “guerra económica”. Y en aquellos tempranos días, en documentos oficiales revelados mucho después, Washington había resuelto la incógnita a los académicos. Recordemos como definía el origen del conflicto en su fase actual:

La mayoría de los cubanos apoyan a Castro. El único modo previsible de restarle apoyo interno es por medio del desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales…hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba… una línea de acción que, aún siendo lo más mañosa y discreta posible, logre los mayores avances en privar a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar el hambre, la desesperación y el derrocamiento del Gobierno.


Así ha sido siempre desde Eisenhower hasta Obama. Y siempre escondiendo la mano, falsificando la realidad, mintiendo, siguiendo el camino iniciado por los Padres Fundadores.

El libro de Ramón Sánchez-Parodi es un valioso aporte a la pelea histórica de la nación cubana que equivale a la lucha por salvar la verdad de quienes la ocultan o tergiversan. Esa ha sido y es sustancia del patriotismo cubano que hoy encarnan ejemplarmente Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René. Si ellos cumplen ahora trece años de injusta prisión es, sobre todo, porque el Imperio ha sido capaz de ocultarle al pueblo norteamericano su heroica proeza contra el terrorismo anticubano que Washington inventó y aún alienta o tolera.

Para comprender la naturaleza y los métodos de un adversario al que le sobran recursos materiales pero le faltan la ética y la moral, los invito a esta lectura imprescindible.

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